Biodanza

Para mi fue un antes y un después. Un proceso que cambió radicalmente mi vida, sobretodo en el modo en cómo me relacionaba con el mundo, y cómo percibía y recibía las relaciones de los demás conmigo.

Ya en las primeras sesiones que realicé como participante supe que ahí estaba el camino hacia algo que yo siempre había anhelado, porque sin saber qué estaba sucediendo internamente sentía cada vez mayor felicidad en mi día a día, mi mirada con el entorno cambiaba y mi irritabilidad iba disminuyendo.

Me ayudó a ampliar la mirada, volviéndose progresivamente más compasiva y comprensiva. Pero lo mejor de todo es que este cambio no sucedió sólo de mi persona con los demás, sino también en el trato conmigo misma. Aprendí sin esfuerzo a escuchar mi voluntad y llevarla a cabo, a poner límites sin culpa y por supuesto, a amarme. Amarme como nunca antes me había permitido. También se despertó una parte creativa que desconocía y empecé a disfrutar realmente de la vida. Pudiendo así aflorar la grandeza de mi ser, haciéndola visible y extensible.

Como he dicho al principio, este cambio vital fue un proceso progresivo completamente agradable y orgánico. Sólo ahora, con la perspectiva de los años, puedo añadir que ha sido un cambio radical, porque si no hubiese sido por biodanza, mi vida hoy en día sería radicalmente distinta.

Del mismo modo he podido comprobar una transformación vital en las personas que han asistido a mis grupos de biodanza. Al liberarse de la mirada condicionada y sin forzar, ir permitiendose poco a poco ser ellos mismos.

Porque Biodanza no te dice cómo tienes que hacer las cosas, tampoco te fuerza a pensar de una determinada manera, ni se inmiscuye en tus heridas, emociones o tu historia personal. Sencillamente te pone en movimiento la naturaleza de quien eres. Una herramienta aparentemente sencilla que puede resultar transformadora.